¿Qué mente perturbada puede llamar novela a este engendro titulado El arco iris de gravedad?,
¿qué demonios le está ocurriendo a la novela de siempre, irreconocible,
estrafalaria, ecléctica, en manos de este tal Pynchon?, ¿debo entender
que no hay nada que entender o no entiendo lo que hay que entender?, se
pregunta el lector bien predispuesto de hacia 1973, cuando cae en sus
manos nuestra novela de marras. Lleva razón exasperándose. En El arco iris de gravedad nada
es ya lo que era: el narrador es más un chiflado charlatán que un veraz
cronista, se despista, miente, se repite; la mera idea de isotopía
semántica, de coherencia discursiva, se vuelve una burla, y si en la
página 226 aparece el Pato Donald, en la 328 se habla de penes y
masturbaciones, y en la 772 de velocidad de combustión; los capítulos
cobran vida propia, se desentienden del texto anterior rebelándose
contra una lógica inexistente, brilla por su ausencia la linealidad —con
la que tan seguro anduvo el lector de novela tradicional—; y a la
narración caótica de la peripecia se le suman poemas como la "Balada de
Tantivy Mucker-Maffick", estribillos de canción, un fox-trot, collages,
fórmulas matemáticas y la Biblia en verso. Cualquier idea de la novela
entendida como artefacto ordenado y gregario de la realidad se derrumba
ante la sorprendente imaginación de El arco iris de gravedad,
relato iconoclasta y desmitificador, que se atreve a prescindir de la
imaginería literaria tradicional e invita a la terminología científica y
al habla popular (onomatopeyas, hipocorísticos, violencia léxica) a
formar parte del discurso del arte, concibiendo textos radicales que
devienen excéntricos, proclamando a voz en grito el advenimiento de una
literatura posmoderna, heredera de todo (la vanguardia histórica e
histérica, el cine en blanco y negro) y deudora de nada, diluyendo en el
matraz de la nueva novela la industria, el arte y la cultura popular,
hasta confeccionar un lenguaje a la vez lúdico y subversivo ("Se ríen y
se estiran para colocar alrededor de su cuello enormes guirnaldas de
accesorios con resortes, resistencias escarlata y condensadores de color
amarillo claro que cuelgan como salsichitas, kilómetros de virutas de
aluminio tan rizadas y brillantes como la cabeza de Shirley Temple"),
trufado de guiños y juegos, y un universo paródico del que han aprendido
DeLillo o Foster Wallace. Pynchon disfruta toreando en varias plazas,
escribiendo pasajes de ciencia ficción para acto seguido ofrecer páginas
de vaudeville, ensayar el reportaje de guerra, trocear un relato
para adultos o regodearse en una fábula para fantasiosos, atravesando
los distintos géneros con endiablada velocidad, reduciéndolos a mera
trampa para lectores ingenuos o reglamentistas. Su transgenericidad,
como su tendencia irreprimible al excurso, a la digresión, y su voluntad
de enredar la madeja de la trama con relatos en sarta ("De las
historias que se cuentan sobre aquellos años, ésta es la más
trágica..."), acomodan la novela a la poética posmoderna que, en
realidad, nace con ella y con un puñado de obras de Barth, Barthelme o
Gaddis, todos ellos incansables experimentadores, que frecuentan la
poética surrealista, desquician la trama que pueda esconderse bajo
innumerables historias que se arraciman en el texto, y se valen de
subterfugios y miríadas de ideas para conseguir que lo importante sea el
hecho mismo de narrar y no la historia narrada, que lo esencial, como
señala Edward Said, resulte "to tell a story rather than to tell a story" (The World, the Text and the Critic),
minimizando hasta el ridículo el argumento. Porque, en realidad, ¿qué
cuenta este mítico millar de páginas? Apenas una visión grotesca de un
tipo llamado Tyron Slothrop, militar gringo que sufre erecciones cada
vez que silban en el cielo londinense las V2 nazis, relacionadas en
tanto que símbolo sexual y psicológico con la gran ballena blanca del
clásico de Melville. Después, pulpos amaestrados, códigos y misiles
secretos, tecnologías de cómic, parábolas de cohete, ositos de felpa,
plásticos como el Imipolex G, militares pirados o testigos de Jehová,
configuran un laberinto narrativo de motivos y personajes, la gran
metáfora del caos del mundo moderno. En fin, que lo que en apariencia es
un cuento de descerebrados alcanza a ser en realidad una lectura
magistral del mundo como un texto paranoico de ilusiones metafísicas, de
modo que la banalidad y el absurdo de su argumento hacen que éste no
sea sino el pretexto para la explosión del talento narrativo. Con
sobrada razón esta inabarcable novela del autor de la no menos
inabarcable V. ha sido considerada una suerte de versión posmoderna del Ulises de Joyce, autor cuya influencia en Pynchon alcanza la categoría de evidencia empírica.
Escrita
en los setenta, en plena guerra fría, en plena exhibición de amenazas
nucleares, la novela se alinea con otras narraciones en las que la
Segunda Guerra Mundial adquiere una relevancia especial, como Matadero cinco (1969) de Vonnegut o sobre todo Catch-22 (1961) de Joseph Heller y La quema pública
(1977) de Robert Coover, a las que acompaña en el empleo de armas
arrojadizas contra la tradición realista, de los devaneos del narrador a
la parodia menos inofensiva (vid. Marc Chénetier, Más allá de la sospecha. La nueva ficción americana desde 1960 hasta nuestros días).
Bajo
su seductora y enciclopédica maraña de excentricidades, resulta
evidente que Pynchon nunca deja de contribuir a las cuestiones que han
vertebrado la novela moderna en Norteamérica, pues el hecho es que "de Moby Dick a El arco iris de gravedad,
la corriente principal de la literatura norteamericana se ha ocupado de
las grandes cuestiones metafísicas y existenciales: Dios, naturaleza y
libre albedrío" (Alan Bilton, An Introduction to Contemporary American Fiction).
Seguramente, sin embargo, su mayor virtud esté en el que para muchos
lectores acomodaticios es su mayor defecto, a saber, el desconcierto que
provoca, el hecho de que conforme avanza su lectura crece la impresión
de que en efecto es un libro escrito para que resulte inasible,
ilegible, y ya sabemos que "por encima de todo, el libro 'ilegible'
humillará, confundirá y espantará al lector" (George Steiner, On Difficulty). He ahí la cuestión y el motivo por el que la lectura necesaria de El arco iris de gravedad se convierte en un reto (para el orgullo tanto como para el intelecto, claro está). ~
Letrillas
Novela
Un Ulises de segunda generación
Sobre El arcoiris de gravedad, de Thomas Pynchon
Thomas Pynchon, El arco iris de gravedad, traducción de Antoni Pigrau, Tusquets, Barcelona, 2002, 1148 pp.
Marzo 2003 | Tags:
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ACERCA DEL AUTOR
Javier Aparicio Maydeu
(Barcelona, 1964) es crítico literario y profesor de la Universidad Pompeu Fabra.
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